UN ATARDECER EN EL MAGDALENA
A Uriel lo conocimos porque es la persona encargada de cuidar las bodegas donde funciona Atemporal. Quedamos de pasar en las primeras horas de la mañana, al llegar, nos abrió el portón. Habíamos acordado una sesión de fotos con una Kodak VR35 heredada de mi abuelo materno, una cámara análoga, rústica que le falla el flash. De Uriel podríamos decir muchas cosas; lo que no podemos decir es que construyó el edificio nacional de correos y telégrafos, ni mucho menos que recibió indicaciones de Alberto Wills Ferro, famoso arquitecto de la época, ni que participó de la revuelta de los comuneros, ni que fue libertador de esclavos en la hacienda de Villa Vieja. Hechos relevantes en la historia de nuestra ciudad.
Su grandeza radica en las simples cosas. Uriel Bautista Useche mide un poco más de 1,60 m, pero camina como si fuera de dos metros.
Su niñez y adolescencia transcurrieron en el Barrio Granjas. Criado por su abuela, de porvenir incierto, sus labores siempre estuvieron ligadas al trabajo manual. Fue ayudante de obra, navegante en el mar Caribe en Cartagena, para luego encontrar el oficio que sería, por muchos años, el sustento de su familia: instalador de baldosines. Testigo de una época dorada en identidad arquitectónica en Neiva. Su oficio se fue diluyendo con el pasar del tiempo y, con ello, el tributo a la belleza en el construir de sus manos. Quizá su nombre no retumbará en los anales de la historia, pero la poesía que lo habita será equiparable al aleteo de las aves que cruzarán hoy al atardecer el Magdalena.